Entrevista para La gaceta de Tucumán
¿Por qué decidiste abandonar Buenos Aires y una exitosa carrera laboral para dedicarte a escribir?
Luego de mis viajes a oriente y ese leve despertar hacia el sentido, el mundo de polvo y sus luces de neón dejaron de cautivarme. El ámbito laboral me resultó ínfimo frente a las posibilidades que te da el mundo interior. Aquello que la sociedad tomaba como éxito, para mí, era vacío y ninguna premiación capitalista sustituía el júbilo que, a veces, te da el escribir; pues no siempre es grato hacerlo, uno pasa por diversos estadios al rever sus cosas, al punto de cuestionarse si ha alcanzado o no la dimensión de obra.
¿Cuál ha sido tu experiencia con tus textos en la web y cómo imaginas que se desarrollará la relación entre literatura e Internet en el futuro?
Altamente gratificante. Uno se espeja con distintos autores, artistas, lectores de diversos lugares del planeta e interactúa con ellos en forma dinámica. Me ha permitido conocer a más de 30 artistas plásticos que han representado mis aforismos sin siquiera conocerlos físicamente. No obstante, hay todo tipo de público, el lector que pulsa lo que uno escribe y aquellos que juegan en la red, que pueden o no ir haciéndose lectores -no todos los lectores son avezados. Internet es el presente, día a día va corriendo las fronteras de lo que antes llamábamos texto impreso o libro. Paulo Cohelo fue el primero en comprender hacia dónde iba el futuro. Intuyo que el libro va a terminar siendo un objeto de culto para quienes amamos -además del contenido literario- su textura, su aroma, sus hojas, su tapa, su diseño, etc. No me imagino leyendo “La guerra y la paz” en forma digital, aunque presiento que esa será la forma en que las futuras generaciones lo harán.
¿Por qué te inclinas por el aforismo y por qué crees que el género tiene tan pocos cultores?
Hace algunos años, a mis 16, mi madre me acercó las “Voces” de Porchia; quedé perplejo, fue toda una revelación. Encontré un modo de expresión nuevo para mí, una forma singular de escribir: aguda, expansiva, esencial, luminosa; de inmediato me imbuí en los laberintos de lo inexorable, donde cada palabra es inevitable, donde todo es determinante -una coma o un acento pueden cambiarlo todo. En lo personal, no siento que haya una inclinación mía hacia el género aforístico, en todo caso, el género me eligió a mí, el modo de expresión se adecuaba perfectamente a mí búsqueda -entre filosófica y poética.
Es difícil saber por qué hay tan pocos autores. Probablemente es un don para algunos, citando a Nietzsche: “…decir en diez frases lo que otro dice en un libro, lo que ningún otro dice en un libro.» Lo único cierto, es que el camino del aforismo es arduo, pues no admite error, y pocas veces uno se siente complacido: no caer en la obviedad, encontrar ciertos interrogantes a este misterio, hallar alguna que otra respuesta, tener poder de síntesis, cierto sentido estético, obtener en un breve pensamiento la potencia de un relámpago, a veces uno se siente adentro de una madeja y no sabe si hallará alguna salida.
¿Cómo analizas el éxito de ventas que tuvo José Narosky y por qué crees que la obra de Antonio Porchia es tan excepcional y escueta?
Son dos exponentes del género diametralmente opuestos, el primero eligió el camino de la simplicidad, lo cual le permitió escribir varios libros que tuvieron eco en un público masivo conquistado en la radio y en la televisión, he ahí la solubilidad de su obra. Antonio Porchia, a diferencia, es un poeta necesario, maestro, entre otros, de Juárroz y de Pizarnik, buceó y naufragó -en el sentido de animarse a más- en las profundidades. Desde ese sitio inhóspito fue gestando su obra, a partir de su existencia; de hecho, abandonó tres cuartas partes de ella, relegándolas al olvido. Esa búsqueda de despojo permanente, de podar para siempre aquello que no es imprescindible decir… en una de sus “Voces” lo ilustra bien: “Y seguiré eliminando las palabras malas que puse en mi todo, aunque mi todo se quede sin palabras.”
Yo no diría que la obra de Porchia es escueta, todo lo contrario, es eterna, por momentos, llega a hermanarse al sentido del Tao. Uno puede releer sus “Voces” y encontrar nuevos significados, pero comprendo, parece que en aquello que en occidente llamamos éxito, éste precisa de largos volúmenes para sustentar un camino literario. A mí, en cambio, me maravilla, escribió un solo libro. Suficiente. Lo justo. Lo que sí o sí había que decir para que al mundo no le sobrara nada innecesario y sin embargo se ensanchara. Una maestría. Una lección de despojo. Un hombre que no ha sido tomado por su ego. Desapegado de su propia obra. Me recuerda a los orientales, Ryokan, Santoka, Basho, por citar algunos.
¿Por qué crees que tantos jóvenes escriben poesía y, al mismo tiempo, se venden tan pocos libros de poesía?
Vaya, qué dicotomía… Dudo mucho que los jóvenes que escriben “hagan” poesía cuando creen que lo hacen. Seguramente haya un búsqueda o una respuesta a un dilema sentimental o existencial, pero, eso, no siempre es poesía. Cuando uno mira un amanecer, ¿qué ve? Cuando uno está en las estrellas, ¿qué encuentra? No siempre uno ve poesía en los juegos de palabras o en algunas confesiones juveniles. No se venden libros de poesía porque casi no hay poetas y, los pocos que hay, son suicidas. El mundo de la literatura es una especie de feria donde los resultados de las ventas encasillan el producto y lamentablemente no es así, detrás de una obra debe existir un escritor y un libro no ha de ser producto de marketing, no se puede medir una obra por su resultado, qué es obtener un resultado, ¿vender libros o transformar personas? Luego de leer “Del inconveniente de haber nacido” yo fui otra persona, pero nada se modificó en mí luego de leer un “Best Seller”. En las últimas décadas la cosmovisión del editor ha cambiado en búsqueda de respuestas económicas -ahí es donde todos perdemos. Mis “Umbrales”sufrieron ese giro en la metodología, a finales del 2001, Bonifacio del Carril vio propicio editarlos en Emecé, el libro salía en marzo de 2002, pero la crisis argentina hizo que dicha editorial fuera absorbida por Grupo Planeta; mi nueva “editora”, refunfuñando, me dijo: “…Lamentablemente no puedo hacer nada, yo heredé tu libro…” a lo que le respondí con sarcasmo: “No acepto herederos de mi obra que no sean lectores!” Al poco tiempo me aparté a la montaña y escribí, a modo de ironía:
“Avezado escritor de aforismos busca editor idóneo.”
Entrevista para La Gaceta de Tucumán, 2012.