Entrevista para la Revista Imaginario
¿Por qué eligió el aforismo como modo de expresión siendo tan complejo y habiendo tan pocos autores para nutrirse?
En mis inicios, comencé escribiendo cuento y poesía. Afortunadamente, en cada mudanza, fui abandonando esos primeros escritos. Más adelante comprendí lo que todo buen fragmento hace: ahondar cada tema, sin necesidad de ornamentar lo que uno quiere decir, sin amaneramiento, ni artificios, ni ribetes literarios. En otras palabras, una buena pieza fragmentaria o un buen aforismo, muestra la verdad desnuda. En particular, escribir, me permitió comprenderme y comprender un poco más este espanto. Me ayudo a resistir momentos difíciles: toda verdad, que uno puede llevarla adonde vaya, fortalece de algún modo el espíritu. Y el aforismo, por su brevedad, se puede transportar, rumiar en distintos lugares y momentos, aunque el libro no esté en ese momento con uno.
¿Con qué géneros literarios se identifica más?
Con ninguno en particular. Sin duda que aprecio la síntesis y el despojamiento en la forma de expresión y no los farragosos discursos. Aunque, en realidad, me identifico más con ciertos artistas y no con géneros en particular: adoro tanto a Rilke como a Ryokan, al escéptico Ciorán tanto como al humilde Santoka.
¡No mencionó ningún novelista o cuentista!
Hay varios talentosos, aunque, reconozco, no son los géneros que me subyugan. Si tuviera que elegir alguno, me quedo con Oscar Wilde o con Hermann Hesse, pero cómo dejar de lado a Nabokov o a Proust. Aunque he cometido algunos pecados imperdonables, todavía no he leído a fondo a Tolstoi y a Dostoiewski. No puedo dar una opinión acabada al respecto obviando a grandes artistas, no sería justo. ¿No le parece? Creo que nunca la daré adecuadamente.
¿Qué es la literatura para Usted?
La literatura, sola, no es nada. En todo caso, escribir o leer algo profundo es una forma de descifrar el alma y así el universo. La literatura es un modo de expresión más, en este espacio tiempo que nos toca vivir, como lo es la música, la pintura, la escultura, la arquitectura y el resto de las artes. A veces, algunos artistas, buscan exaltar su ego y su vanidad, pero sin decir nada más que cierta dosis de belleza en su composición; otros artistas, en cambio, buscan la verdad como único y último fin, más allá de sí mismos y de su realidad, aunque no siempre, su realidad, haya sido muy digna. Es con esas almas con las que más me identifico, si bien obviamente hay una distancia enorme entre nosotros, podría mencionarle: a Van Gogh, Modigliani, Leonardo, Lazzari, Beethoven, Piazzolla, Wright, Walser, Porchia, entre otros.
Hay un hilo conductor entre la vida y el arte de ellos que aprecio mucho, más allá del talento por el talento mismo: es indiscutible que Dalí tenía un gran talento, pero también tenía una vida de rey! Sin embargo, no puedo dejar de ver y valorar a Ryokan en su ermita, en el medio de una montaña, sin ningún tipo de confort, escribiendo en pleno invierno un Haiku. Recuerdo que una límpida noche de luna, él estaba en su ermita recostado, de repente entró un ladrón, no halló más que una habitación vacía, con un hombre durmiendo cubierto por una frazada. El ladrón, que no quería irse con las manos vacías, tomó la frazada del monje y partió. Ryokan, que no estaba tan dormido como el hombre pensaba, miró la luna desde su ventana, agarró su lapicera y compuso el siguiente Haiku:
“Dejada por el ladrón la luna en la ventana.”
Entonces, volviendo a su pregunta: ¿qué es la literatura para Ud.? Es lo que cada uno pone en ella, de acuerdo a lo que cada uno percibe o siente de ella, que a veces, es más que ella misma… o, inclusive, a veces es nada.
Entonces, profundizando más aún, ¿qué es el arte para usted?
Un ir enfriándote poco a poco
hasta llegar a un estado de congelamiento.
Helarte con H me preguntó, ¿no? jajaja
¡No! El Arte, sin H!
Ah!!! El mismo proceso pero a la inversa.
Deshacerse, descongelarse, fluir, no controlar el proceso. Estoy hablando del proceso de creación, ya sea que uno esté creando en soledad o recreando en su interior lo que percibe a través de sus sentidos y de su espíritu para arribar al arte.
¿Cómo recibe Usted los elogios a su obra?
Uno trata de deshacerse y en consecuencia de ser, que no es poco. He tenido algunas influencias, como todo artista, y una debilidad especial por Antonio Porchia. Recién estoy dando mis primeros pasos en este arduo camino de conocerse a uno mismo y escribir. Por lo tanto, no le doy peso a los comentarios amigos, al contrario, pueden desanimarme la críticas demasiado generosas. Hace algunos años, tuve un par de diálogos con Santiago Kovadloff respecto de “Umbrales”, en los cuales él me hacía ciertas observaciones y, le aseguro, me marcaron más que cualquier elogio. Elogiar pude ser una amable manera de disfrazar la verdad. De todos modos, cualquier opinión, no deja de ser un punto de vista personal.
A veces sus aforismos denotan una mirada cruda, ¿cómo ve usted al mundo?
Responder cómo veo al mundo equivale a decir cómo veo al hombre. En todo caso, en “Umbrales” hallará respuestas más específicas a su pregunta, es muy amplio el tema, pero intentaré explayarme para no ser descortés.
El hombre persigue sus deseos, o sea, está perdido en sí mismo, en su propia trampa, en su ilusión, pulula arrastrado por su ego, está un tanto mareado, pero lo ignora, entiende que hace lo correcto y el sistema lo premia o, en su defecto, lo justifica. Algunos hombres van detrás de su codicia, otros, detrás de su agresión, de su vanidad y así indefinidamente, cada uno sigue sus debilidades personales -pocas veces altruistas. En ese contexto, el amor pareciera ser un milagro.
Así está el mundo para mí, desprovisto de amor y dominado por el materialismo, por el consumismo, por los intereses individuales y por la exaltación del ego. Por supuesto que en este desierto de desolación, de vez en cuando, nace una madre Teresa, un Yogananda, un Gandhi, un ermitaño meditando en los Himalayas, una buena vecina o un navegante solitario compensando de algún modo este océano de ceguera, mientras, en paralelo, no hacemos nada cuando se muere en nuestros ojos un niño de hambre, ni cuando se gesta una nueva guerra preventiva para combatir el “Eje del mal” en pleno siglo XXI, ni cuando surgen misteriosamente virus ya erradicados en el planeta. El mundo tiene de todo, pero también tiene al hombre… pero lo único que le falta al hombre, ni más ni menos, es conciencia, elevar la conciencia… Casi nada, ¿no?
Es un tanto fatalista su forma de ver al mundo.
Alguna vez escribí: “Pensar una utopía hasta plasmarla.”
Mientras haya poesía hay esperanza. Ahora, no por ello, uno tiene que sesgar la mirada. No estamos haciendo las cosas bien, o Ud. cree que sí? Uno dice lo que ve, sin disfrazar la verdad. Eso no me convierte en fatalista, en todo caso, es realismo puro. Me siento responsable de decir lo que siento al respecto. Si no, me quedaría en la fácil, escribiría poemas de amor o perseguiría mis miserias.
¿Qué puede decirnos de la política?
¿Qué es una cloaca para usted?
¿Nos podría contar algo de su niñez?
Creo que la niñez es una de las pocas posibilidades que tiene el hombre para ser plenamente feliz, aunque paradójicamente el hombre es niño en ese momento: “no sabe nada”. Jajaja… (Sonríe) Cuánta verdad hay en “El principito”. Desde ya que hay infancias muy ingratas, y eso es lamentable, pero no fue mi caso. Fui un niño vergonzoso, alegre, carismático, atrevido y bien atorrante. Tuve todo, salvo a mi “madre”, porque trabajaba en las normas del esquema capitalista, en exceso. Hace poco, mi hijo de 4 años, me pregunto: Papá ¿por qué hay que trabajar tanto? No supe que contestar. Nunca lo comprendí…
Uno reconoce la infancia como aquel paraíso perdido, como el canto de nuestros padres en el palacio de la niñez: allí donde todo era una fiesta, un misterio, una sonrisa, magia pura en cada uno de nuestros sentidos. Ese maravilloso barco de felicidad que perdemos luego de algún sueño adolescente y que sólo lo recuperamos con el verdadero amor.
Entrevista para la Revista de poesía Imaginario, 2009.